¿Cuántas veces te has chocado contra un muro, tratando de atravesarlo obstinadamente para llegar al otro lado, buscando obsesivamente superar cualquier obstáculo en busca del objetivo que te has trazado?
¿Cuántas veces te has hecho daño en ese intento pero has continuado, sufriendo, porque lo entendías como un ejercicio de perseverancia, superación y autoestima?
¿Cuántas veces has rehusado recibir ayuda en ese proceso porque no confiabas en nadie y pensabas que “sin esfuerzo no se puede conseguir nada”?
¿Cuántas veces has pensado que para que algo merezca la pena hay que esforzarse y sufrir?
No creo equivocarme si digo que muchos de nosotros hemos estado en alguno, o en todos de estos supuestos.
Veamos algunos casos reales:
Érase una vez un corredor aficionado que se rompió el menisco tras sentir molestias durante algún tiempo (no escuchó a su cuerpo, que primero le susurraba con molestias y gritaba después con fuertes dolores). Tras un largo periodo de convalecencia y recuperación volvió a correr con la misma determinación (¿tozudez?) que antes y se volvió a romper, esta vez el tendón de Aquiles. Una vez más, tras un larguísimo periodo de recuperación, y ante la advertencia médica de que una nueva lesión le dejaría cojo, el deportista decidió participar en una última carrera popular por “superación”, para demostrar su “fuerza de voluntad”.
Efectivamente, el buen hombre salió a correr, sufrió enormemente durante toda la prueba, logró acabarla, maltrecho, dolorido, y finalmente se vio obligado (por él mismo) a colgar las zapatillas para siempre, orgulloso de su esfuerzo. Lamentablemente, se había quedado medio cojo y obligado (por él mismo) a retirarse de cualquier actividad deportiva.
Otro caso se ve en muchos gimnasios: Hace no mucho veía a una mujer cojeando y escuché cómo le decía a su trainer con una mueca de dolor: “¡No puedo bajar las escaleras!” Y el trainer le respondía: “¡Eso es bueno!”. Totalmente cierto.
Desgraciadamente, estas situaciones no son excepcionales. Estos deportistas en realidad podemos ser cualquiera de nosotros en alguna de las facetas de nuestra vida. Vivimos en el paradigma del esfuerzo, incluso perjudicial, inconscientes (o no) de que hay otras alternativas eficaces y más productivas a esa forma de conducirse.
Como aquel médico que me atendió y al entrar en la consulta estaba literalmente tirado en la silla, con la espalda casi en el asiento y la cabeza echada para atrás sobre el respaldo. Tras finalizar la consulta, antes de levantarme, y viendo el incómodo “nudo” en que se encontraba hecho el pobre galeno, decido hacer un comentario sobre la Técnica Alexander y cómo ayuda a mejorar los hábitos posturales nocivos. Inmediatamente, me dice que “él ya lo sabe” y, como un resorte, se coloca recto como un pincel en la silla. Le digo que muy bien y que si necesita más información para tratarse del ineludible dolor de espalda, de cuello, o de cabeza que tendrá, le dejo mi tarjeta. Me mira con cara de compasión por mi atrevida ignorancia. Según me levanto para irme, esta vez sí, le miro otra vez y observo que está nuevamente tirado sobre la espalda, la nuca casi apoyada en el respaldo de la silla. La postura erguida difuminada en el efímero paso de 45 segundos..
Estos casos nos ofrecen ejemplos de la vida diaria de cómo el uso inconsciente (o consciente por el uso de información inadecuada) nos lleva a resultados personales negativos (dolor, lesión, estrés, mala disposición, etc.)
“Nunca confundas la hiperactividad con la eficacia”.
Socialmente está profundamente arraigada la noción de que estar constantemente en movimiento, y en tensión activa, es sinónimo de avance y de logro, y de que ello nos llevará al bienestar y la felicidad. Esta inundación informativa hace que nos sintamos“seguros” de que sabemos lo que estamos haciendo («si la TV e Internet lo dicen, será verdad») y de que lo que hacemos es bueno para el cuerpo.
Sin embargo, hay muchas dudas de que esto sea así. Muchas veces, el éxito, el logro, pasa por adoptar dinámicas de actuación y movimiento (vida, deporte, trabajo) congruentes desde el plano psico-físico. Es decir, muchas veces el exceso de tensión que se asocia al sufrimiento en la actividad realmente nos perjudica, tanto en nuestro bienestar físico y emocional como en el rendimiento, bien sea deportivo como corporativo, o a nivel personal.
Como decía una persona sabia: “Amigo, no confundas la hiperactividad con la eficacia. Muchas veces el que más se mueve es el que menos avanza. Usa la cabeza para algo más que para llevar la gorra”.