Desde el punto de vista evolutivo, la rapidez ha prestado un buen servicio al ser humano, ya que a lo largo de su evolución la supervivencia ha estado ligada a la capacidad de actuar y responder con presteza frente a estímulos potencialmente perjudiciales o dañinos (la cercanía de un depredador, el ataque de una banda rival, etc.). Es lo que se suele denominar como instinto de lucha o de huida (fight or flight).
Lo que nos sirvió durante miles de años ahora parece haberse convertido en un problema. En la actualidad, en nuestro “mundo moderno” este tipo de estímulos no existen. Sin embargo, el instinto de fight or flight sigue impreso en nuestros mecanismos de respuesta neurológicos, y la sobre-estimulación de la vida moderna nos tiene en constante estado de alerta y reacción. Es decir, en lo esencial nuestro cuerpo activa ahora los mismos mecanismos de respuesta ante estímulos como un atasco de tráfico, una indeseada llamada telefónica, o una reunión con el jefe, que hace 20.000 años ante una manada de bisontes en los alrededores de la aldea.
Y esto, fisiológicamente, se traduce en que nuestro cuerpo acumula tensiones, dolores, lesiones, problemas mentales, intolerancia a la frustración, inadaptación laboral, etc. Nuestro bienestar cae en picado. La vida personal y el rendimiento en el trabajo sufren. Y mucho.
¿Qué tiene esto que ver con mi empresa?
Bien, bajemos a la tierra: “¿Y de qué me vale saber esto?”
La respuesta es: “ ¡Vale de mucho!”. ¿Por qué? Porque es imposible hacer las cosas bien si no sabemos qué es lo que estamos haciendo mal. O aún peor, si “sabemos” que algo no va bien pero no sabemos cómo rectificarlo. Por eso es crucial tener una idea clara, un diagnóstico, de cuál es el problema, de dónde viene, y qué tengo que (dejar de) hacer para eliminarlo.
Una cosa es bajar a tomar el café y quejarnos con los compañeros de que “es que no me da la vida”, justificar el porqué no tenemos tiempo para atender a nuestra salud (o el del personal de nuestra empresa), y volver a la oficina a repetir (y gestionar) los mismos hábitos de comportamiento y posturales que generan o aumentan el estrés, la tensión y el dolor muscular, articular, etc.
Otra cosa distinta es aceptar (no resignarnos, sino simplemente aceptar la realidad del momento) que tenemos dificultades, y pasar a examinar metódica y prácticamente las actividades en la empresa. Elaborar un diagnóstico individualizado de sus efectos en la salud física y emocional de las personas que allí trabajan. Y su correspondiente traducción en bajas, absentismo, y frustración en el entorno laboral.
Curiosamente, a pesar del progreso tecnológico y de los métodos de gestión, al abordar este tema las empresas siguen utilizando el mismo enfoque (el mismo manual de instrucciones) tradicional que a menudo acaba cronificando el problema. Es decir: en la era de las energías limpias y renovables muchas empresas siguen recurriendo a métodos diésel.
Lo dicen los expertos
Hay otras alternativas que sí van a la raíz desde un enfoque sencillo, no invasivo, y tremendamente eficaz, como la Técnica Alexander. El Premio Nobel de Medicina Nikolaas Tinbergen, después de adoptar y practicar la Técnica Alexander, dijo lo siguiente en el discurso de aceptación del Nobel: “La Técnica Alexander es un método extremadamente sofisticado de rehabilitación—recuperación incluso—del equipamiento muscular y, a través de este, de muchos otros órganos. Comparada con esta Técnica, muchos tipos de terapia física resultan sorprendentemente crudos y limitados en sus efectos”.
Una buena salud personal y profesional consiste en tener la capacidad de responder ante cualquier estímulo (desde sentarnos al ordenador hasta hablar en una reunión de accionistas) de forma constructiva y eficaz, no acelerada ni reactiva. Todos sabemos que esto último no es una buena fórmula de gestión, ni a nivel personal ni organizativo, y que suele crear nuevos problemas, no solucionarlos.
No parece deseable tratar nuestro cuerpo como un saco de boxeo capaz de aguantar cualquier cosa…hasta que deja de aguantar. Por ello es fundamental conocer pautas que nos ayuden a gestionar nuestro cuerpo —y nuestra empresa— con respeto y mirando a la salud a medio y largo plazo.
La Técnica Alexander ofrece esa posibilidad, la posibilidad —una realidad cotidiana para millones de personas— de aprender a reorganizar nuestra postura de manera integral para potencial nuestra salud y nuestra capacidad de respuesta sana. El resultado es un fortalecimiento del bienestar psicofísico, una mejora evidente de la salud y de la funcionalidad de la persona, y un mayor equilibrio individual y del entorno laboral y profesional. No es poco. Y es posible.
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